El emerger de la bestia.
"La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y el más intenso de los miedos, es el miedo a lo desconocido".
-H.P Lovecraft.
"A mi parecer, no hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos".
-H.P Lovecraft.
"Resulta concebible pensar en la supervivencia de tales poderes y criaturas...una supervivencia en una época remota en la que...la consciencia estaba manifestada, quizá, en formas y figuras que desaparecieron hace mucho ante el avance de la humanidad...formas en las que solo la poesía y la leyenda captaron un fugaz recuerdo llamándolas Dioses, Monstruos, y Criaturas Míticas de todo tipo y especie..."
-Algernon Blackwood.
"Y yo me paré sobre la arena del mar,
y vi una bestia emerger del mar,
que tenía siete cabezas y diez cuernos;
y sobre sus cuernos diez diademas;
y sobre las cabezas de ella nombre de blasfemia [...]
Y adoraron al dragón
que había dado la potestad a la bestia,
y adoraron a la bestia, diciendo:
¿Quién es semejante a la bestia,
y quién podrá lidiar con ella?".
-Apocalipsis según San Juan 13, 1 4.
"Y yo me paré sobre la arena del mar,
y vi una bestia emerger del mar,
que tenía siete cabezas y diez cuernos;
y sobre sus cuernos diez diademas;
y sobre las cabezas de ella nombre de blasfemia [...]
Y adoraron al dragón
que había dado la potestad a la bestia,
y adoraron a la bestia, diciendo:
¿Quién es semejante a la bestia,
y quién podrá lidiar con ella?".
-Apocalipsis según San Juan 13, 1 4.
Si los cielos quisieran
concederme alguna vez un favor, pediría que borrasen para siempre
las consecuencias que
derivaron de aquella ocasión en que, de forma casual, fijé la
mirada en un trozo suelto de papel que había sido usado para cubrir
un estante. Era difícil que hubiera tropezado en mi rutina cotidiana
con algo así, ya que no era sino un viejo ejemplar de un periódico
australiano, el Sidney Bulletin del 18 de Abril de 1925. Había
escapado incluso a la atención de la agencia de recortes de prensa
que, justo en la fecha de publicación de este, andaba recopilando
ávidamente material para la investigación de mi tío.
Hacía tiempo que había
abandonado mis pesquisas acerca de lo que el profesor Angell llamaba
“Culto de Cthulhu”, y
me encontraba visitando a un amigo que tenía en Paterson, Nueva
Jersey, hombre culto que ostentaba el cargo de conservador del museo
local, además de ser un mineralogista de
renombre. Un día,
examinando las muestras de reserva, torpemente almacenadas en los
estantes de una habitación en el almacén
del museo, mi atención fue captada por una extraña fotografía que
aparecía en uno de los viejos
periódicos desplegados bajo las piedras. Tal y como he dicho era el
Sidney Bulletin, pues mi amigo conocía a
gente en todas partes, y la foto en cuestión era un grabado en sepia
de una horrible imagen de piedra
idéntica a la que Legrasse había encontrado en el pantano.
Leí el artículo en
detalle tras quitar impacientemente de encima de la hoja las
preciosas piezas que la cubrían, pero
quedé algo decepcionado al ver que su extensión era algo reducida.
Sin embargo, lo que sugería era algo de trascendental importancia
para la búsqueda que había mantenido y que comenzaba por aquel
entonces a languidecer. El artículo, que arranqué cuidadosamente,
decía lo siguiente:
MISTERIOSO BARCO
ABANDONADO HALLADO EN ALTA MAR.
Llegada a remolque del
Vigilant de un yate neozelandés armado y desaparejado.
Un superviviente y un muerto
hallados a bordo. Desesperada lucha y muertes en alta mar.
Marinero rescatado se niega
a dar detalles sobre extraña experiencia.
Encontrado en posesión de
extraño ídolo. Prosiguen las investigaciones.
El carguero Vigilant de la
naviera Morrison, procedente de Valparaíso, atracó esta mañana en el muelle de
Darling Harbour, remolcando al desaparejado y averiado, si
bien fuertemente armado,
yate de vapor Alert de Dunedin (Nueva Zelanda), que fue avistado el 12 de Abril a
34°21' de latitud sur y 152°17' de longitud oeste, llevando a bordo un superviviente y un
muerto.
El Vigilant zarpó de
Valparaíso el 25 de Marzo, y el 2 de Abril se desvió su rumbo considerablemente
hacia el sur, debido a la fortísima tormenta y las enormes olas.
El 12 de Abril fue avistado
el barco a la deriva. Aunque en apariencia estaba desierto, al abordarlo fue hallado el
único superviviente en unas condiciones cercanas al delirio,
así como otro hombre que
llevaba muerto claramente más de una semana. El superviviente estaba aferrado a un
horrible ídolo de piedra de unos 30 centímetros de altura y de origen desconocido, acerca
de cuya naturaleza las autoridades de la Universidad de Sidney, la Royal Society, y
el Museo de College Street, se muestran completamente desconcertadas. El
superviviente dice haberla encontrado en el camarote del yate, en el interior de un pequeño
relicario de ordinaria talla.
Este hombre, tras recobrar
el sentido, relató una extraña historia acerca de piratería y una sangrienta
masacre. Se trata de Gustaf Johansen, noruego de cierta educación, segundo de a
bordo de la goleta Emma de Auckland, que zarpó de El Callao el 20 de Febrero con once
hombres. El Emma, según cuenta, se vio retrasado, y desviado de su rumbo hacia el sur, por
culpa de la gran tempestad del 1 de Marzo, y el 22 del mismo avistó al Alert a 49°51'
de latitud sur y 128°34' longitud oeste, llevado por una extraña tripulación de
feroz aspecto formada por canacos y mestizos. Al ordenársele de forma perentoria que diera
media vuelta, el capitán Collins se negó; momento en que la extraña tripulación
comenzó a abrir fuego sobre la goleta, salvajemente y sin aviso previo, con una batería
pesada dotada de cañones de bronce que formaba parte de su armamento. Según el
superviviente, los hombres del Emma plantaron batalla y, aunque la goleta comenzó a hundirse
debido a los disparos recibidos por debajo de la línea de flotación, fueron capaces
de acercarla a la nave enemiga, para así abordarla, y lucharon con la salvaje tripulación
sobre su misma cubierta. Al final se vieron forzados a matar a toda la tripulación
enemiga, algo superior en número, por su detestable y desesperada, si bien torpe, manera de
luchar.
Tres de los hombres del Emma
resultaron muertos, incluyendo al capitán Collins y al primero de a bordo Green.
Los ocho restantes, con el segundo de a bordo Johansen al mando, se pusieron al frente
del yate capturado, retomando su rumbo original para averiguar cuál era la razón
de haberles ordenado dar media vuelta. Al día siguiente, según parece, alcanzaron
una pequeña isla en la que desembarcaron, aunque no se sabe de la existencia de ninguna en
aquella parte del océano. Seis de los tripulantes murieron en ella, aunque Johansen da
muestras de reticencia al llegar a esta parte de la historia, y se limita a
decir que cayeron por un precipicio rocoso. Más tarde, según parece, él y el último de
sus compañeros llegaron al yate y trataron de tripularlo, pero se vieron azotados por la
tormenta del 2 de Abril. El hombre recuerda poco de lo sucedido entre ese día y el
12 de Abril, en que tuvo lugar su rescate, y no recuerda cuándo murió William
Briden, su compañero. La muerte de éste no parece debida a ninguna causa visible, siendo la
excitación y la exposición a los elementos las razones más probables. Noticias llegadas
por cable desde Dunedin informan de que el Alert es un mercante de cabotaje bien
conocido allí, que además gozaba de una mala reputación en los muelles. Era propiedad de un
curioso grupo de mestizos cuyos frecuentes encuentros y salidas nocturnas en
dirección a los bosques atraían bastante la atención. Éste se
había hecho a la mar
apresuradamente justo tras la tormenta y los temblores de tierra que tuvieron lugar el 1 de
Marzo. Nuestro corresponsal en Auckland señala que tanto el Emma como su tripulación gozaban
de una excelente reputación, y describe a Johansen como un hombre moderado y
respetable. El Almirantazgo va a realizar una investigación del
asunto
que dará comienzo mañana
mismo; en ella se tomarán todas las medidas necesarias para
persuadir a Johansen de que
hable con mayor claridad de lo que ha hecho hasta ahora.
Esto, junto con la
fotografía de la infernal estatua, era todo, ¡pero qué torrente de
ideas comenzó a fluir en mi cabeza!
Aquí había un nuevo tesoro de datos en tomo al "Culto de Cthulhu" y
una clara evidencia de que este
tenía extraños intereses tanto en el mar como en tierra. ¿Qué
motivo incitó a la tripulación mestiza a
ordenar dar media vuelta al Emma mientras navegaba en posesión de
aquel horrible ídolo? ¿Cuál era aquella desconocida isla sobre la
que murieron seis de los tripulantes del Emma, y sobre la que el
segundo Johansen se muestra tan reservado? ¿Qué fue lo que sacó a
la luz la investigación ordenada por el Almirantazgo y qué es lo
que se sabía en Dunedin acerca del maléfico culto? Y lo más
sorprendente de todo, ¿cuál era la relación, tan profunda como
natural, de aquellas fechas que hacían que tomaran una malévola e
innegable significación los diversos cambios en el curso de los
acontecimientos que tan minuciosamente había anotado mi tío?.
El día 1 de Marzo -es
decir, nuestro 28 de febrero según la hora del meridiano de
Greenwich- fue cuando tuvieron lugar
la tormenta y el terremoto. El Alert y su maloliente tripulación
salieron disparados de Dunedin
como llevados por una apremiante llamada, mientras que al otro lado
del mundo, poetas y artistas comenzaron a soñar acerca de una
extraña y rezumante ciudad a la vez que un joven escultor moldeaba
en sueños la forma del propio Cthulhu. El 23 de Marzo el desembarco
de la tripulación del Emma en una isla desconocida arrojó una cifra
de seis muertos; y en esa misma fecha los sueños de aquellos hombres
especialmente sensibles adquirieron una gran viveza y quedaron
oscurecidos por la persecución de que eran objeto por parte de un
monstruo maléfico. Mientras tanto un arquitecto enloquecía y un
escultor se veía inmerso de repente en el delirio. ¿y qué hay de
la tormenta del 2 de Abril, fecha en que cesaron todos los sueños
acerca de la malsana ciudad, y en que Wilcox salió ileso del
suplicio de aquellas extrañas fiebres? ¿Qué deducir de todo ello?
¿y de todas las insinuaciones del viejo Castro acerca de los
Primigenios, sumergidos bajo las aguas y nacidos en las estrellas, y
de su reino que se avecina, el fiel culto de estos y su dominio de
los sueños? ¿Estaba tambaleándome al borde de horrores cósmicos
más allá de la capacidad de asimilación del hombre? Si esto es
así, tales horrores no deben ser sino de la mente, ya que de alguna
forma el 2 de Abril puso fin a cualquier monstruosa amenaza que
hubiera empezado a cernirse sobre el alma de la humanidad.
Aquella tarde, tras un
día de apresurados telegramas y preparativos, me despedí de mi
anfitrión y cogí un tren a San
Francisco. En menos de un mes me encontraba en Dunedin, donde
comprobé que a pesar de que los miembros
de aquel extraño culto solían pasar el rato en las viejas tabernas
del puerto, poco más se sabía
acerca de ellos. Los chismes que escuché en los muelles no merecen
mención especial, aunque corría cierto rumor acerca de un viaje que
estos mestizos habían realizado al interior, durante el cual se pudo
apreciar en las lejanas colinas un apagado tamborileo y un resplandor
rojizo. En Auckland averigüé que tras un superficial interrogatorio
en Sidney, que no dio resultado alguno, Johansen había regresado con
su rubia cabellera de color blanco, y que después había vendido su
casita en West Street y marchado en barco con su mujer a su antigua
residencia en Oslo. De aquella pavorosa experiencia no contó a sus
amigos nada más que a los oficiales del Almirantazgo, y todo lo que
estos pudieron hacer fue darme su dirección en Oslo.
Después de aquello me
fui a Sidney donde hablé, sin obtener nada nuevo, con marinos y magistrados del
Vicealmirantazgo. Pude ver el Alert, que había sido vendido para su
uso comercial, en Circular Quay, en Sidney
Cove, pero tampoco logré sacar nada a su reservada tripulación. La
figura acurrucada con cabeza de
cefalópodo, alas escamosas y el pedestal cubierto de jeroglíficos,
se conservaba en el Museo de Hyde Park. Durante un tiempo la estuve
estudiando, encontrando en ella la misma exquisita y siniestra
hechura, el mismo misterio y antigüedad, y el mismo material
desconocido propios de la versión, un tanto más reducida, de
Legrasse. Según me dijo el conservador del Museo, los geólogos
habían encontrado en ella un monstruoso enigma, ya que llegaron a
jurar que en el mundo no había una roca como esa. Fue entonces
cuando pensé con un escalofrío en lo que el viejo Castro le había
dicho a Legrasse acerca de los Primigenios: “Ellos vinieron de las
estrellas, y trajeron Sus imágenes consigo.”
Estremecido por una
confusión mental como nunca antes había conocido, decidí visitar
al segundo Johansen en Oslo.
Embarqué con destino a Londres, donde cogí otro barco en dirección
a la capital noruega; y en un
día de otoño desembarqué en los muelles bien cuidados que había a
la sombra del Egeberg. La casa de
Johansen, como pude descubrir, estaba situada en la vieja ciudad del
rey Harold Haardrada, quien conservó el nombre de Oslo en los siglos
que la capital estuvo disfrazada como “Cristiana”. Hice el breve
recorrido en taxi y, con el corazón palpitante, llamé a la puerta
de un pulcro y antiguo edificio con fachada de estuco. Una mujer de
gesto triste y vestida de negro fue quien respondió a mi llamada,
quedándome consternado y estupefacto cuando esta me dijo en un
inglés entrecortado que Gustaf Johansen había fallecido.
No vivió mucho más allá
de su regreso, dijo su viuda, ya que los extraños sucesos de 1925 en alta mar le habían
debilitado. No le había dicho a ella más de lo que había contado
públicamente, pero había dejado un largo
manuscrito -sobre “asuntos técnicos”, según dijo él- en
inglés, sin duda para protegerla del peligro
que podría suponer un examen casual del mismo. Mientras paseaba por
un angosto callejón cercano al muelle de Gothenburg, un fardo de
papeles caído desde la ventana de un desván le había derribado.
Dos marinos de Lascar le ayudaron a ponerse en pie, pero éste murió
antes de que la ambulancia pudiera llegar al lugar Los médicos no
encontraron una causa para la muerte, dictaminando que se debía a
algún problema del corazón y a su débil constitución.
En aquel momento comencé
a sentir un terror royéndome las entrañas que ya nunca me abandonará hasta el día
en que yo muera también, ya sea “accidentalmente” o de cualquier
otra forma.
Tras convencer a la viuda
de que mi conexión con los “asuntos técnicos” de su marido era
suficiente para darme derecho a tomar posesión del manuscrito, me
llevé el documento y comencé a leerlo en el barco de regreso a
Londres. Se trataba de algo sencillo e inconexo -un esfuerzo por
parte de un sencillo marino de escribir un diario a posteriori de los
hechos-, en el que quedaba reflejado un afán por recordar lo
sucedido día a día en el terrible último viaje. No puedo intentar
transcribirlo palabra por palabra, con todos sus turbios y
redundantes pasajes, pero contaré lo suficiente como para que se
entienda por qué el ruido de las olas rompiendo contra el casco del
barco se me hizo tan insufrible que tuve que taponarme los oídos con
algodón.
Johansen, gracias a Dios,
no lo sabía todo a pesar de haber visto la ciudad y a aquel Ser,
pero yo nunca volveré a dormir
tranquilo cuando piense en los horrores que acechan incesantemente a
la vida en el tiempo y en el espacio, y en aquellas blasfemias impías
procedentes de antiguas estrellas que sueñan bajo las olas, y que
son objeto de adoración de un culto de pesadilla dispuesto y
decidido a soltarlas por la Tierra cuando quiera que otro terremoto
haga emerger su monstruosa ciudad pétrea de nuevo hacia el aire y la
luz de la superficie.
El viaje de Johansen
había dado comienzo tal y como éste le había contado al Vicealmirantazgo.
El Emma, con carga de
lastre, zarpó de Auckland el 20 de Febrero y había sufrido en toda
su intensidad aquella tormenta
provocada por el terremoto que debió atraer desde el fondo del mar a
aquellos horrores que forman parte de las pesadillas de los hombres.
De nuevo bajo control, la embarcación progresaba a buen ritmo cuando
fue detenida por el Alert el 22 de Marzo, y pude sentir claramente el
remordimiento con que Johansen escribió acerca del bombardeo y
hundimiento del Emma. Al referirse a los morenos sectarios a bordo
del Alert lo hace dando clara muestra de horror. Había alguna
cualidad especialmente abominable en aquellos hombres que casi hacía
de su exterminio un deber, dando aquí muestra Johansen de una
ingenua extrañeza ante la acusación de crueldad lanzada contra la
tripulación del Emma durante el proceso que dirigió el tribunal al
cargo de la investigación. Llevados por la curiosidad siguieron el
rumbo que llevaban, ahora en el yate capturado y bajo el mando de
Johansen, hasta que al poco avistaron un gran pilar de piedra que
sobresalía del mar, y en un punto situado a 47°9' de latitud sur y
126°43' de longitud oeste llegaron a un litoral de lodo, fango, y
ciclópea mampostería que no podía ser otra cosa que la sustancia
tangible del terror supremo de la Tierra: la ciudad cadavérica y de
pesadilla de R'lyeh, construida hacía incontables eones por
repugnantes figuras que procedían de las estrellas sin luz. Allí
yacían el Gran Cthulhu y Sus hordas, ocultos bajo bóvedas cubiertas
de fango verdoso; enviando de nuevo, tras incalculables ciclos
temporales, aquellos pensamientos que extendían el miedo por los
sueños de los más sensibles, a la vez que apremiaban a sus fieles a
lanzarse en pos de un peregrinaje por su liberación y la
restauración de su imperio en la Tierra. Johansen no sospechaba nada
de esto, ¡pero bien sabe Dios que ya vio suficiente!
Supongo que lo que
realmente llegó a emerger de las aguas no era más que una cima, una horrible ciudadela
coronada por el monolito bajo el que el Gran Cthulhu estaba
enterrado. Cada vez que pienso en cuánto debe estar gestándose allá
abajo casi me entran ganas de poner fin a mi existencia de inmediato.
Johansen y sus hombres sintieron un gran respeto por la majestuosidad
de aquella rezumante Babilonia de antiguos demonios, y debieron
haberse figurado por sí mismos que nada de eso pertenecía a este o
cualquier otro planeta saludable. El asombro ante el increíble
tamaño de los verdosos bloques de piedra, la vertiginosa altura del
gran monolito esculpido, y la desconcertante identidad de las
colosales estatuas y bajorrelieves con la extraña imagen encontrada
en el relicario a bordo del Alert quedaba claramente plasmado en cada
línea de la aterrada descripción de Johansen.
Sin tener idea de lo que
era el futurismo, Johansen consiguió alcanzar algo muy parecido a
éste con su forma de hablar de
la ciudad ya que, en lugar de describir una estructura o edificio
definidos, se explayaba sólo en dar
impresiones generales acerca de los enormes ángulos y las
superficies de piedra... superficies demasiado enormes para
pertenecer a nada normal o propio de la Tierra, e impías por sus
horribles imágenes y jeroglíficos. Menciono el comentario acerca de
los ángulos porque me recuerda algo que Wilcox me había contado con
respecto a sus terribles sueños. Wilcox dijo que la geometría de
aquel lugar onírico que vio era anormal, no euclidiana y
asquerosamente impregnada de sensaciones de otras esferas y
dimensiones distintas de la nuestra. Ahora era un sencillo marino el
que tenía la misma sensación al contemplar la terrible realidad.
Johansen y sus hombres
desembarcaron en la empinada orilla cubierta de lodo de aquella monstruosa Acrópolis, y
treparon por titánicos bloques rezumantes que no parecían en
absoluto escalera humana alguna. El mismo sol del cielo parecía
desvirtuado cuando era contemplado a través del efluvio polarizador
que brotaba de aquella perversión empapada de agua de mar, y una
retorcida amenaza o incertidumbre acechaba lascivamente en aquellos
ángulos disparatadamente esquivos de roca labrada, en los que una
segunda mirada mostraba una superficie cóncava allá donde antes se
había visto una convexa.
Algo semejante al miedo
ya se había apoderado de los exploradores antes de que pudieran ver nada distinto de la roca,
el todo, o las abundantes algas marinas. Cada uno de ellos hubiera
huido de no haber temido el desprecio
de los otros, y sin entusiasmo siguieron buscando inútilmente, como
pudo comprobarse, algún recuerdo que poder llevarse del lugar.
Fue Rodrígues, el
portugués, el primero en alcanzar la base del monolito, diciendo a
gritos lo que allí había
encontrado. Los demás le siguieron y miraron con curiosidad a la
inmensa puerta esculpida con el ya familiar bajorrelieve a la vez con
forma de cefalópodo y de dragón. Esta era, según palabras de
Johansen, como una enorme puerta de granero; y todos estuvieron de
acuerdo en que se trataba de una puerta por la presencia alrededor de
esta de un dintel ornado, un umbral, y unas jambas, aunque no podrían
decir si yacía plana como si se tratara de una trampilla, o estaba
inclinada como la puerta de un sótano. Como Wilcox hubiera dicho,
toda la geometría del lugar era incorrecta. No se podía asegurar
que el mar y la tierra estuviesen en posición horizontal, razón por
la que la posición relativa de todo lo demás era
fantasmagóricamente variable.
Briden presionó sobre
varios lugares de la piedra sin resultado alguno. Donovan tanteó delicadamente por los bordes, apretando sobre cada punto a medida que avanzaba. Éste
trepó interminablemente sobre
aquella grotesca moldura de piedra -aunque a aquello sólo se le
podía llamar escalada si después de
todo la superficie no estaba en posición horizontal- mientras los
demás hombres se preguntaban cómo una puerta, en todo el universo,
podía tener semejantes dimensiones. Entonces, suave y lentamente, el
panel de media hectárea comenzó a ceder hacia adentro en su parte
superior, y pudieron ver que se balanceaba. Donovan se deslizó o se
propulsó de alguna forma hacia abajo o a lo largo de la jamba,
volviendo con sus compañeros, y todos quedaron contemplando el
extraño retroceso de aquel portal monstruosamente labrado. En
aquella fantasía de distorsión prismática la puerta se deslizaba
anómalamente en sentido diagonal, de modo que todas las leyes de la
materia y la perspectiva parecían trastornadas.
La abertura que quedó
estaba negra de una oscuridad casi palpable. Sin embargo, aquella oscuridad tenía una
calidad positiva, ya que ocultaba parte de la muralla interior que de
lo contrario se habría puesto al
descubierto. Como si de humo se tratase, esta oscuridad surgió de su
confinamiento de infinitos siglos,
eclipsando visiblemente el sol a medida que escapaba agitando sus
membranosas alas hacia un encogido y
contrahecho cielo. El olor que emergía de las recién abiertas
profundidades resultaba insoportable. Al poco rato, Hawkins, que
tenía un oído muy fino, dijo que creía haber oído un asqueroso
chapoteo allá abajo. Todos escucharon con atención, y aún seguían
haciéndolo cuando Aquello apareció rezumante en medio del
estrépito, y a tientas coló Su gelatinosa inmensidad verde a través
de la negra puerta en pos del infecto aire de aquella fétida ciudad
de locura.
La letra del pobre
Johansen estuvo a punto de faltar cuando escribía esto. Creía que
de los seis hombres que jamás
alcanzaron el barco, dos habían muerto de puro terror en ese maldito
instante. Aquel Ser no podía ser descrito, no hay palabras para
expresar semejantes abismos de inmemorial y delirante locura, tan
abominables contradicciones de toda la materia, la fuerza y el orden
cósmico. ¡Una montaña caminaba y se tambaleaba! ¡Dios del cielo!
¡Qué prodigioso que a través de la Tierra, enloquezca un gran
arquitecto y delire de fiebre el pobre Wilcox en ese preciso instante
telepático! El Ser representado en los ídolos, aquel engendro verde
y mucilaginoso llegado de las estrellas había despertado para
reclamar lo que era suyo. Las estrellas estaban de nuevo en posición,
y lo que un culto milenario había fracasado en conseguir por medio
de preparativos, lo había logrado un grupo de despavoridos marinos
por mero accidente. ¡Tras millones y millones de años el Gran
Cthulhu se alzaba de nuevo, ávido de placeres!.
Tres de los hombres
fueron apresados por las macilentas garras de la criatura antes de
que nadie pudiera siquiera darse la
vuelta. Que Dios les conceda el descanso, si es que el descanso
existe en el universo. Estos fueron
Donovan, Guerrera, y Ångstrom. Los otros tres marinos se lanzaron a
una frenética carrera hacia
el bote sobre interminables panorámicas de piedra encostrada de
musgosidad verde en la que Parker resbaló y, según jura Johansen,
fue tragado por uno de los ángulos de la mampostería que no debería
estar ahí; un ángulo que era agudo pero que se comportaba como si
fuera obtuso. Así, sólo Briden y Johansen consiguieron alcanzar el
bote y remar desesperadamente hacia el Alert mientras la descomunal
monstruosidad se deslizaba sobre las rocas fangosas, y vacilaba entre
tropiezos al llegar al borde de las aguas.
A pesar de no haber
quedado nadie a bordo después del desembarco, aún seguía saliendo
vapor del Alert, y sólo fueron
precisos unos momentos de febriles prisas arriba y abajo, del timón
a los motores, para volver a ponerlo en marcha. Lentamente, entre los
retorcidos horrores de aquella indescriptible escena, el barco
comenzó a remover las mortíferas aguas, al tiempo que en la
mampostería de aquella playa calavernaria que no era de este mundo,
el titánico Ser procedente de las estrellas lanzaba espumarajos y
atroces denuestos cual Polifemo maldiciendo al barco en que huía
Odiseo. Fue entonces, más atrevido que el cíclope épico, cuando el
Gran Cthulhu se deslizó hacia las aguas dejando un rastro de grasa y
comenzó a perseguir el barco huido, levantando auténticas olas con
sus brazadas de potencia cósmica. Briden volvió la vista y
enloqueció, riendo de manera estridente, tal y como continuaría
haciendo a intervalos hasta que la muerte fue a buscarle una noche al
camarote, mientras Johansen deambulaba en medio del delirio.
Pero Johansen no se había
rendido aún. Consciente de que el Ser seguramente adelantaría al Alert antes de que éste
alcanzara la máxima velocidad, decidió hacer algo a la desesperada
y, poniendo los motores a toda
máquina, corrió disparado por la cubierta y giró bruscamente el
timón. Se formó un fuerte remolino y una
corriente de espuma en aquella fétida salmuera que había por agua,
y mientras aumentaba a cada momento
la presión del motor, el valeroso noruego enfiló el barco en
dirección al Ser gelatinoso que les
perseguía y que se elevaba sobre la inmunda espuma de las aguas como
si fuera la popa de un galeón
demoníaco. La horrible cabeza de cefalópodo, de retorcidos
tentáculos, estaba ya muy cerca del bauprés del robusto yate, pero
Johansen continuó enfilándolo de forma implacable hacia ella. Hubo
un estallido como el de una vejiga que explotase, una fangosa fetidez
como cuando se raja un pez luna, el hedor de mil tumbas abiertas, y
un sonido que el cronista no pudo transcribir al papel. Durante un
instante el barco se vio envuelto por una nube acre y cegadora, y
después solo quedó un mefítico remolino a babor, en mitad del cual
-¡Dios nos proteja!- la dispersa plasticidad del innominable
engendro de las estrellas recuperaba difusamente su odiosa forma
original, a una distancia que crecía por momentos a medida que el
Alert ganaba ímpetu aumentando su velocidad.
Así es como acabó
todo. Tras aquel día Johansen no hizo más que obsesionarse con el
ídolo ocuparse de su sustento y
el de aquel maníaco de risa enloquecida que tenía a su lado. No
trató de navegar tras aquella
audaz hazaña, pues semejante reacción le había quitado una parte
de su alma y ánimo. Después llegó
la tormenta del 2 de Abril, y con ella los turbios nubarrones en que
se sumió su consciencia. Sintió un
remolino espectral a través de líquidos abismos de infinidad, de
vertiginosos recorridos por universos
giratorios sobre la cola de un cometa, y de histéricos saltos desde
el fondo de los abismos a la luna, y de la luna a los fondos de los
abismos, todo ello animado por un histriónico coro de retorcidos y
jocosos dioses ancianos y de los burlones diablillos de color verde y
con alas de murciélago surgidos del Tártaro.
Tras aquel sueño vino el
rescate, el Vigilant, el tribunal del vicealmirantazgo, las calles de Dunedin, y el largo viaje
de regreso a su viejo hogar en la casa a la sombra del Egeberg. No
podía contar nada, o de lo contrario le tomarían por loco.
Escribiría sobre aquello que sabía antes de que la muerte le
alcanzara, pero su mujer no debía enterarse de nada. La muerte sería
un regalo de los cielos con tal de que borrase sus recuerdos.
Ese fue el documento que
leí, y que ahora he colocado en una caja de latón junto al
bajorrelieve y los papeles del
profesor Angell. Con estos irá también este testimonio mío, esta
prueba de mi sano juicio, donde he
reconstruido lo que espero que nadie vuelva jamás a reconstruir. He
contemplado todo el horror que pueda contener el universo, y después
de eso incluso el cielo primaveral y las flores estivales serán puro
veneno para mí. Sin embargo no creo que mi vida vaya a prolongarse
mucho. Igual que se fue mi tío, igual que se fue el pobre Johansen,
un día me iré yo. Sé demasiado y el culto aún sobrevive.
Cthulhu continúa también
con vida, supongo, de nuevo en aquel abismo de piedra que le había protegido desde que el
sol era joven. Su maldita ciudad está de nuevo sumergida, ya que el
Vigilant pasó por esas aguas de nuevo tras la tormenta de Abril;
pero sus pastores en la Tierra todavía rugen y saltan y matan
alrededor de monolitos rematados por ídolos en lugares solitarios.
El Gran Cthulhu, sin duda, debió quedar atrapado por el hundimiento
mientras estaba en el interior de su negro abismo, o de lo contrario
el mundo estaría ahora gritando de miedo y furia. ¿Quién sabe lo
que sucederá al final? Lo que ha emergido puede hundirse, y lo que
se ha hundido puede emerger de nuevo. La mayor de las blasfemias
aguarda y sueña en las profundidades, y la decadencia se abre paso
entre las tambaleantes ciudades de los hombres. El día llegará. ¡No
quiero ni puedo pensarlo! Tan solo pido que si no sobrevivo a este
manuscrito, mis albaceas antepongan la prudencia a la audacia, y
puedan asegurarse de que nadie más llegue a fijar su atención en
él.
(Fragmento de la historia original
escrita por Howard Phillips Lovecraft en el año 1926, y publicada en
1928 por la editorial Weird Tales).