La muerte nos persigue a todos.
No espero ni pido que
nadie crea el extraño aunque simple relato que voy a escribir.
Estaría completamente loco si lo esperase, pues mis sentidos
rechazan su evidencia.
Pero no estoy loco, y sé perfectamente que
esto no es un sueño. Mañana voy a morir, y
quiero de alguna forma
aliviar mi alma. Mi intención inmediata consiste en poner de
manifiesto simple y llanamente y sin comentarios una serie de
episodios domésticos.
Las consecuencias de estos episodios me han
aterrorizado, me han torturado y, por fin,
me han destruido. Pero no
voy a explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros
resultarán menos espantosos que barroques. En el futuro, quizá aparezca alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes, una inteligencia más tranquila, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que voy a describir con miedo una simple sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia sobresalí por docilidad y bondad de
carácter. La ternura de corazón
era tan grande que llegué a
convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me
gustaban, de
forma singular, los animales, y mis padres me permitían tener una
variedad
muy amplia. Pasaba la mayor parte de mi tiempo con ellos y
nunca me sentía tan feliz
como cuando les daba de comer y los
acariciaba. Este rasgo de mi carácter crecía
conmigo y, cuando
llegué a la madurez, me proporcionó uno de los mayores placeres.
Quienes han sentido alguna vez afecto por un perro fiel y sagaz no
necesitan que me
moleste en explicarles la naturaleza o la
intensidad de la satisfacción que se recibe. Hay
algo en el
generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al
corazón del que con frecuencia ha
probado la falsa amistad y frágil fidelidad del hombre.
Me casé
joven y tuve la alegría de que mi mujer compartiera mis
preferencias. Cuando
advirtió que me gustaban los animales
domésticos, no perdía ocasión para
proporcionarme los más
agradables. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso
perro,
conejos, un mono pequeño y un gato.
Este último era un hermoso
animal, bastante grande, completamente negro y de una
sagacidad
asombrosa. Cuando se refería a su inteligencia, mi mujer, que en el
fondo era
bastante supersticiosa, aludía con frecuencia a la
antigua creencia popular de que todos
los gatos negros eran brujas
disfrazadas. No quiero decir que lo creyera en serio, y sólo
menciono el asunto porque acabo de recordarla.
Pluto- pues así se
llamaba el gato- era mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de
comer, y él en casa me seguía por todas partes. Incluso me
resultaba difícil impedirle
que siguiera mis pasos por la calle.
Nuestra amistad duró varios años, en el transcurso de los cuales mi
temperamento y
mi carácter, por causa del demonio Intemperancia (y
me pongo rojo al confesarlo), se
habían alterado radicalmente. Día
a día me fui volviendo más irritable, malhumorado e
indiferente
hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a usar palabras
duras con mi mujer, y terminé
recurriendo a la violencia física. Por supuesto, mis favoritos
sintieron
también el cambio de mi carácter.
No sólo los
descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Sin embargo, hacia
Pluto
sentía el suficiente respeto como para abstenerme de
maltratarlo, cosa que hacía con los
conejos, el mono y hasta el
perro, cuando, por casualidad o por afecto, se cruzaban en
mi
camino. Pero mi enfermedad empeoraba- pues, ¿qué enfermedad se
puede comparar
con el alcohol?-, y al fin incluso Pluto, que ya
empezaba a ser viejo y, por tanto,
irritable, empezó a sufrir las
consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa
completamente borracho, después de una de mis
correrías por el
centro de la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia.
Lo
agarré y, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en
la mano. Al instante se
apoderó de mí una furia de diablos y ya no
supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi
alma se separaba de
un golpe del cuerpo; y una maldad más que diabólica, alimentada
por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Saqué del bolsillo
del chaleco un
cortaplumas, lo abrí mientras seguía sujetando al
pobre animal por el pescuezo y deliberadamente le saqué
un ojo. Me pongo más rojo que un tomate, siento vergüenza, tiemblo mientras escribo
tan reprochable atrocidad.
Cuando me volvió la razón con la
mañana, cuando el sueño hubo disipado los vapores
de la orgía
nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante
el
crimen del que era culpable, pero sólo era un sentimiento débil
y equívoco, y no llegó a
tocar mi alma. Otra vez me hundí en los
excesos y pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.
El gato
mientras tanto mejoraba lentamente. La cuenca del ojo perdido
presentaba un horrible aspecto, pero el
animal parecía que ya no sufría. Se paseaba, como de
costumbre,
por la casa; aunque, como se puede imaginar, huía aterrorizado al
verme.
Me quedaba bastante de mi antigua forma de ser para sentirme
agraviado por la evidente
antipatía de un animal que una vez me
había querido tanto. Pero ese sentimiento pronto
cedió paso a la
irritación. Y entonces se presentó, para mi derrota final e
irrevocable, el
espíritu de la PERVERSIDAD. La filosofía no tiene
en cuenta a este espíritu. Sin embargo, estoy tan seguro
de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de
los
impulsos primordiales del corazón humano... una de las facultades
primarias
indivisibles, uno de los sentimientos que dirigen el
carácter del hombre. ¿Quién no se ha
sorprendido a sí mismo cien
veces en los momentos en que cometía una acción estúpida
o
malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en
nosotros una
tendencia permanente, que nos enfrenta con el sentido
común, a transgredir lo que
constituye la Ley por el simple hecho
de serlo (existir)?. Este espíritu de perversidad se
presentó, como
he dicho, en mi caída final. Y ese insondable anhelo que tenía el
alma
de vejarse a sí misma, de violentar su naturaleza, de hacer el
mal por el mal mismo, me
empujó a continuar y finalmente a consumar
el suplicio que había infligido al inocente
animal. Una mañana, a
sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la
rama de un árbol, lo ahorqué mientras las lágrimas me brotaban de
los ojos y el más
amargo remordimiento me retorcía el corazón; lo
ahorqué porque recordaba que me
había querido y porque estaba
seguro de que no me había dado motivos para matarlo; lo
ahorqué
porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal
que pondría
en peligro mi alma hasta llevarla- si esto fuera
posible- más allá del alcance de la
infinita misericordia del dios
más misericordioso y más terrible.
La noche del día en que cometí
ese acto cruel me despertaron gritos de «¡Fuego!» La
ropa de mi
cama era una llama, y toda la casa estaba ardiendo. Con gran
dificultad pudimos escapar del
incendio mi mujer, un criado y yo. Todo quedó destruido. Mis
bienes
terrenales se perdieron y desde ese momento no me quedó más remedio
que
resignarme.
No caeré en la debilidad de establecer una
relación de causa y efecto entre el desastre
y la acción criminal
que cometí. Simplemente me limito a detallar una cadena de
hechos,
y no quiero dejar suelto ningún eslabón. Al día siguiente del
incendio visité las
ruinas. Todas las paredes, salvo una, se habían
desplomado. La que quedaba en pie era
un tabique divisorio, de poco
espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual
antes se
apoyaba la cabecera de mi cama. El yeso del tabique había aguantado
la acción
del fuego, algo que atribuí a su reciente aplicación.
Una apretada muchedumbre se había
reunido alrededor de esta pared y
varias personas parecían examinar parte de la misma
atenta y
minuciosamente. Las palabras «¡extraño!, ¡curioso!» y otras
parecidas
despertaron mi curiosidad. Al acercarme más vi que en la
blanca superficie, grabada en
bajorrelieve, aparecía la figura de
un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez
verdaderamente
extraordinaria. Había una cuerda alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición-ya que no podía considerarla otra cosa-
el asombro y el
terror me dominaron. Pero la reflexión vino en mi
ayuda. Recordé que había ahorcado al
gato en un jardín colindante
con la casa. Cuando se produjo la alarma del incendio, la
gente
invadió inmediatamente el jardín: alguien debió cortar la soga y
tirar al gato en mi
habitación por la ventana abierta. Sin duda
habían tratado así de despertarse.
Probablemente la caída
de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el yeso recién encalado,
cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la
imagen que ahora veía.
Aunque, con estas explicaciones, quedó
satisfecha mi razón, pero no mi conciencia,
sobre el asombroso hecho
que acabo de describir, lo ocurrido impresionó profundamente mi
imaginación. Durante meses no pude librarme del fantasma del gato,
y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe, que
se parecía, sin
serlo, al remordimiento. Llegué incluso a lamentar
la pérdida del gato y a buscar, en los
sucios antros que
habitualmente frecuentaba, otro animal de la misma especie y de
apariencia parecida, que pudiera ocupar su lugar.
Una noche, medio
borracho, me encontraba en una taberna pestilente, y me llamó la
atención algo negro posado en uno de los grandes toneles de ginebra,
que constituían el
principal mobiliario del lugar. Durante unos
minutos había estado mirando fijamente
ese tonel y me sorprendió
no haber advertido antes la presencia de la mancha negra de
encima.
Me acerqué a él y lo toqué con la mano. Era un gato negro, un gato
muy
grande, tan grande como Pluto y exactamente igual a éste, salvo
en un detalle. Pluto no
tenía ni un pelo blanco en el cuerpo,
mientras este gato mostraba una mancha blanca, tan grande como
indefinida, que le cubría casi todo el pecho.
Al acariciarlo, se
levantó en seguida, empezó a ronronear con fuerza, se restregó
contra mi mano y pareció encantado de mis cuitas. Había encontrado
al animal que
estaba buscando. Inmediatamente propuse comprárselo
al tabernero, pero me contestó
que no era suyo, y que no lo había
visto nunca antes ni sabía nada del gato.
Seguí acariciando al
gato y, cuando iba a irme a casa, el animal se mostró dispuesto a
acompañarme. Le permití que lo hiciera, parándome una y otra vez
para agacharme y
acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró
en seguida y pronto se convirtió en el
gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí que nacía en mí una antipatía hacia el
animal. Era
exactamente lo contrario de lo que yo había esperado,
pero- sin que pueda justificar
cómo ni por qué- su evidente afecto
por mí me disgustaba y me irritaba. Lentamente
tales sentimientos
de disgusto y molestia se transformaron en la amargura del odio.
Procuraba no encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el
recuerdo de mi acto
de crueldad me frenaban de maltratarlo. Durante
algunas semanas no le pegué ni fue la
víctima de mi violencia;
pero gradualmente, muy gradualmente, llegué a sentir una
inexpresable repugnancia por él y a huir en silencio de su odiosa
presencia, como si
fuera un brote de peste.
Lo que probablemente
contribuyó a aumentar mi odio hacia el animal fue descubrir, a
la
mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual
que Pluto, no tenía
un ojo. Sin embargo, fue precisamente esta
circunstancia la que le hizo más agradable a
los ojos de mi mujer,
quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que una vez
fueron mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más
simples
y puros.
El cariño del gato hacia
mí parecía aumentar en la misma proporción que mi aversión
hacia
él. Seguía mis pasos con una testarudez que me resultaría difícil
hacer comprender
al lector. Dondequiera que me sentara venía a
agazaparse bajo mi silla o saltaba a mis
rodillas, cubriéndome con
sus repugnantes caricias. Si me ponía a pasear, se metía entre
mis
pies y así, casi, me hacía caer, o clavaba sus largas y afiladas
garras en mi ropa y de
esa forma trepaba hasta mi pecho. En esos
momentos, aunque deseaba hacerlo
desaparecer de un golpe, me sentía
completamente paralizado por el recuerdo de mi
crimen anterior, pero
sobre todo- y quiero confesarlo aquí- por un terrible temor al animal.
Aquel temor no
era exactamente miedo a un mal físico, y, sin embargo, no sabría
definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de admitir- sí,
aun en esta celda de
criminales me siento casi avergonzado de
admitir que el terror, el horror que me
causaba aquel animal, era
alimentado por una de las más insensatas quimeras que fuera
posible
concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención
sobre la forma
de la mancha de pelo blanco, de la cual ya he
hablado, y que constituía la única diferencia entre este
extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que
esta mancha, aunque era grande, había sido al principio muy
indefinida, pero,
gradualmente, de forma casi imperceptible mi razón
tuvo que luchar durante largo
tiempo para rechazarla como
imaginaria, la mancha iba adquiriendo una rigurosa nitidez
en sus
contornos. Ahora ya representaba algo que me hace temblar cuando lo
nombro- y
por eso odiaba, temía y me habría librado del monstruo
si me hubiese atrevido a
hacerlo-; representaba, digo, la imagen de
una cosa atroz, siniestra... ¡la imagen del PATÍBULO! ¡Oh lúgubre
y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Y entonces me
sentí más miserable que todas las miserias del mundo juntas.
¡Pensar
que una bestia, cuyo semejante yo había destruido
desdeñosamente, una bestia era capaz
de producir esa angustia tan
insoportable sobre mí, un hombre creado a imagen y
semejanza de
Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición
del
descanso! De día, ese animal no me dejaba ni un instante solo;
y de noche, me
despertaba sobresaltado por sueños horrorosos
sintiendo el ardiente aliento de aquella
cosa en mi rostro y su
enorme pesoencarnada pesadilla que no podía quitarme de
encima-
apoyado eternamente sobre mi corazón.
Bajo la opresión de estos
tormentos, sucumbió todo lo poco que me quedaba de
bueno. Sólo los
malos pensamientos disfrutaban de mi intimidad; los más retorcidos,
los
más perversos pensamientos. La tristeza habitual de mi mal
humor terminó convirtiéndose en
aborrecimiento de todo lo que estaba a mi alrededor y de toda la
humanidad; y mi mujer, que no se quejaba de nada, llegó a ser la más
habitual y
paciente víctima de las repentinas y frecuentes
explosiones incontroladas de furia a las
que me abandonaba.
Un día,
por una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa
donde
nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió
escaleras abajo y casi me hizo
caer de cabeza, por lo que me
desesperé casi hasta volverme loco. Alzando un hacha y
olvidando en
mi rabia los temores infantiles que hasta entonces habían detenido
mi
mano, lancé un golpe que hubiera causado la muerte instantánea
del animal si lo hubiera
alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo
el golpe. Su intervención me llenó de una
rabia más que
demoníaca; me solté de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza.
Cayó
muerta a mis pies, sin un quejido.
Consumado el horrible
asesinato, me dediqué urgentemente y a sangre fría a la tarea
de
ocultar el cuerpo. Sabía que no podía sacarlo de casa, ni de día
ni de noche, sin correr
el riesgo de que los vecinos me vieran. Se
me ocurrieron varias ideas. Por un momento
pensé descuartizar el
cadáver y quemarlo a trozos. Después se me ocurrió cavar una
tumba en el piso del sótano. Luego consideré si no convenía
arrojarlo al pozo del patio,
o meterlo en una caja, como si fueran
mercancías, y, con los trámites normales, y llamar
a un mozo de
cuerda para que lo retirase de la casa. Por fin, di con lo que me
pareció el
mejor recurso. Decidí emparedar el cadáver en el
sótano, tal como se cuenta que los monjes de la Edad Media
emparedaban a sus víctimas.
El sótano se prestaba bien para este
propósito. Las paredes eran de un material poco
resistente, y
estaban recién encaladas con una capa de yeso que la humedad del
ambiente no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes
había un saliente, una falsa chimenea, que
se había rellenado de forma que se pareciera al resto del sótano.
Sin ningún género de dudas se podían quitar fácilmente los
ladrillos de esa parte,
introducir el cadáver y tapar el agujero
como antes, de forma que ninguna mirada
pudiera descubrir nada
sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Con una palanca saqué
fácilmente los ladrillos y,
después de colocar con cuidado el
cuerpo contra la pared interior, lo mantuve en esa
posición
mientras colocaba de nuevo los ladrillos en su forma original.
Después de
procurarme argamasa, arena y cerda, preparé con
precaución un yeso que no se
distinguía del anterior, y revoqué
cuidadosamente el enladrillado. Terminada la tarea, me sentí satisfecho de
que todo hubiera quedado bien. La pared no mostraba la menor
señal
de haber sido alterada. Recogí del suelo los cascotes más pequeños.
Y triunfante
miré alrededor y me dije: «Aquí, por lo menos, no
he trabajado en vano»
.
El paso siguiente
consistió en buscar a la bestia que había causado tanta desgracia; pues por fin me había
decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera
aparecido
ante mí, habría quedado sellado su destino, pero, por lo visto, el
astuto
animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de
cólera, se cuidaba de aparecer
mientras no se me pasara mi mal
humor. Es imposible describir, ni imaginar el profundo
y feliz
sentimiento de alivio que la ausencia del odiado animal trajo a mi
pecho. No
apareció aquella noche, y así, por primera vez desde su
llegada a la casa, pude dormir profunda y
tranquilamente; sí, pude dormir, incluso con el peso del asesinato
en mi alma. Pasaron el segundo
y el tercer día y no volvía mi atormentador. Una vez más respiré
como un hombre libre. ¡El monstruo aterrorizado había huido de casa
para siempre! ¡No
volvería a verlo! Grande era mi felicidad, y la
culpa de mi negra acción me preocupaba
poco. Se hicieron algunas
investigaciones, a las que me costó mucho contestar. Incluso
registraron la casa, pero naturalmente no se descubrió nada.
Consideraba que me había
asegurado mi felicidad futura.
Al cuarto
día, después del asesinato, un grupo de policías entró en la
casa
intempestivamente y procedió otra vez a una rigurosa
inspección. Seguro de que mi
escondite era inescrutable, no sentí
la menor inquietud. Los agentes me pidieron que los
acompañara en
su registro. No dejaron ningún rincón ni escondrijo sin revisar. Al
final, por tercera o cuarta vez
bajaron al sótano. No me temblaba ni un solo músculo. Mi
corazón
latía tranquilamente como el de quien duerme en la inocencia. Me
paseaba de
un lado a otro del sótano. Había cruzado los brazos
sobre el pecho e iba tranquilamente
de acá para allá. Los policías
quedaron totalmente satisfechos y se disponían a
marcharse. El
júbilo de mi corazón era demasiado fuerte para ser reprimido. Ardía
en
deseos de decirles, al menos, una palabra como prueba de triunfo
y de asegurar doblemente su certidumbre
sobre mi inocencia.
-Caballeros- dije, por fin, cuando el grupo
subía la escalera-, me alegro de haber
disipado sus sospechas. Les
deseo felicidad y un poco más de cortesía. Por cierto,
caballeros,
esta casa esta muy bien construida... (En mi rabioso deseo de decir
algo con naturalidad, no me daba
cuenta de mis palabras.). Repito que es una casa
excelentemente
construida. Estas paredes... ¿ya se van ustedes, caballeros?...
estas
paredes son de gran solidez.
Y entonces, empujado por el
frenesí de mis bravatas, golpeé fuertemente con el bastón
que
llevaba en la mano sobre la pared de ladrillo tras la cual estaba el
cadáver de la
esposa de mi alma.
¡Que Dios me proteja y me libre
de las garras del archidemonio!.
Apenas había cesado el eco de mis golpes, y una voz me contestó desde dentro de la tumba. Un quejido, ahogado y entrecortado al principio, como el sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo grito, completamente anormal e inhumano, un aullido, un alarido quejumbroso, mezcla de horror y de triunfo, como sólo puede surgir en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios gozosos en la condenación. Hablar de lo que pensé en ese momento es una locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared de enfrente. Por un instante el grupo de hombres de la escalera se quedó paralizado por el espantoso terror. Luego, una docena de robustos brazos atacó la pared, que cayó de un golpe. El cadáver, ya corrompido y cubierto de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había llevado al asesinato y cuya voz delatora me entregaba ahora al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!.
Apenas había cesado el eco de mis golpes, y una voz me contestó desde dentro de la tumba. Un quejido, ahogado y entrecortado al principio, como el sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo grito, completamente anormal e inhumano, un aullido, un alarido quejumbroso, mezcla de horror y de triunfo, como sólo puede surgir en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios gozosos en la condenación. Hablar de lo que pensé en ese momento es una locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared de enfrente. Por un instante el grupo de hombres de la escalera se quedó paralizado por el espantoso terror. Luego, una docena de robustos brazos atacó la pared, que cayó de un golpe. El cadáver, ya corrompido y cubierto de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había llevado al asesinato y cuya voz delatora me entregaba ahora al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!.
(Uno de los relatos más espeluznantes de la historia, escrito por Edgar Allan Poe y publicado en el periódico Saurday Evening Post de Filadelfia en el 19 de agosto de 1843).
Para no dejar abandonado el blog, en esta ocasión les traigo otro relato clásico de uno de los escritores más influyentes en el terror.
ResponderBorrarAl igual que la temporada anterior, en este momento me encuentro realizando otros proyectos para culminar este año con broche de oro.
Mientras tanto, espero que disfruten de The Black Cat.
Ya había leído está historia hace bastante tiempo y debo decir que es siniestra (digna de un thriller psicológico tipos Psycho). Es curioso notar que por la descripción de la vida personal del protagonista en su narración muchos piensan que hay ciertos aspectos autobiográficos en esta historia (Edgar A. Por fue hombre con problemas de alcoholismo y con una conflictiva relación con su esposa).
ResponderBorrarExcelente blog.
BorrarPreguntas:
-Particularmente que piensa de Edgar Allan Poe como escritor?
-A jugado videojuegos del género de terror?
-Si es así cuál es su favorito?
P.D.: Acá dejo una opinión de Lovecraft sobre El Gato Negro;
Borrar"Muchos de sus rasgos parecen derivarse de la propia psicología de Poe, quien poseía ciertamente mucho de la sensibilidad, de las locas aspiraciones y del carácter fantástico que atribuye a sus solitarias y arrogantes víctimas del Destino."
Pues tiene mucho sentido que el mismo relato tenga una especie de conexión con la vida personal de Poe, es algo que muchos escritores hacen, lo cual consiste en que mientras crean sus historias agregan alguna opinión sobre algún tema o detalles de su personalidad y sus propias vivencias (un claro ejemplo de esto sería el mismo Lovecraft expresando su disgusto por el olor a pescado o Stephen King en su novela IT opinando sobre el Comunismo en las primeras páginas).
BorrarMuchas gracias.
1) Realmente no he leído demasiado de Poe, pero puedo decir que su verso a pesar de ser bastante clásico, es interesante por la narrativa de sus relatos, ya que tienen elementos psicodélicos y sobrenaturales que fundamentaron el terror gótico, e historias de este tipo suelen tener conclusiones siniestramente satisfactorias por como suelen ser los personajes de este género.
2) Seh, he jugado algunos.
De otros solo he visto gameplays, pero aún así me gustan mucho.
3) Cursed Mountain, Resident Evil 4 y Outlast.
PD: Me parece una opinión bastante acertada.
1)Oye bro hay una ley en yt llamada Ley Coppa la conoces?y que opinas?
ResponderBorrar2)Te envie mensajes en Discord te fijas?
1) No recuerdo mucho cuando leí el concepto, pero creo recordar que básicamente propugna la protección de los niños en internet haciendo que sus padres tengan el control sobre lo que ellos ven en Youtube (esto fue por causa de que declararan a la pagina como una mala influencia para ellos al ver que muchos usuarios subían contenido pornográfico usando a personajes infantiles).
BorrarEs un hecho comprensible pero pone en peligro el contenido propio de muchas personas que solo buscan entretener y no le hacen daño a nadie (como los diversos canales de animación que existen en Youtube).
2) Te responderé los mensajes cuando tenga tiempo.
Aprovecho para promocionar la nueva ficha de un colega Blooger llamado Fiction Knight, creo que muchos ya lo conocerán. Y si no lo conocen, pues es su día de suerte XD.
ResponderBorrarhttp://omniversoficcion.blogspot.com/2019/11/rorschach-watchmen.html
LUL. Gracias por esa promoción, cruck. También disculpa por no haber comentado antes en tus Blogs. Ando falto de imaginación a decir verdad recientemente Xd.
Borrar¿Fiction? ¿Eres tu? ¡Verga mano, que bueno que vuelves! Creí que estabas muerto :v ¡Iré a comprobarlo echándole un ojo a ese blog!
BorrarGracias xd.
Borrar(A Fiction): No estoy necesitado de atención como para que comentes en cada blog que hago.
BorrarDe paso que un Blog es lo mismo que un vídeo de Youtube: Comentar sobre el tema ya es tu decisión.
BorrarCielos. No tengo mucho que decir mas que es un buen blog y que sigue siendo tan bueno como siempre. He oido de Poe pero no he leido nada de el. Oi tambien que le hace mucha competencia a Lovecraft. Sea como sea, buen blog y mas tarde vendre con mi tanda de preguntas como siempre :v
ResponderBorrarSaludos, Un Dios.
BorrarEsta bastante buena esta historia. Quisiera ser mas culto y no tan flojo para leerme el resto De las historias de este autor por mi mismo pero :P aun así esta bastante buena esta. Buen post como siempre. Y como siempre ¡Mis preguntas!
ResponderBorrar1.- ¿Cuales son los juegos con mejores gráficos que has visto?
2.- ¿Cuanto tiempo te toma hacer una ficha de análisis de poder?
3.- ¿Cuanto te toma hacer un post como este?
4.- ¿Quien crees que gana? Rocky Balboa o Rorschach (Aprovechando que Fiction ya hizo su ficha y si no has visto Watchmen, te puedes guiar de eso)
5.- ¿Quien te parece mejor personaje? Ósea, mejor escrito. Kratos o Joel.
6.- ¿Quien crees que gana, Goku UI Dominado y Jiren Full Power vs Odin (Sin habilidades)?
7.- ¿Cuales son tus stands favoritos de cada parte de Jojo's?
Saludos Visual y feliz día.
Realmente no es necesario que seas alguien culto para leer historias así, más bien tiene que gustarte mucho la lectura.
BorrarMi objetivo con estos blogs es compartir relatos de escritores famosos para que la gente se interese en este tipo de historias, un contenido más intelectual básicamente (pues exige mucho de tu parte para que puedas comprenderlo).
Muchas gracias.
1) God Of War, The Last Of Us, Asura´s Wrath y recientemente Death Stranding.
2) Me tomo mi tiempo para hacerlas, las creo en cuestión de días, semanas y a más tardar en meses.
De hecho, la ficha del Spider-Maguire me tomó prácticamente todo un mes para terminarla por la cantidad de hazañas mostradas por el personaje (y porque hacer fichas de personajes de películas es una tarea que puede resultar bastante ardua lol).
3) A diferencia de las fichas de personajes, estos no me toman tanto tiempo en realidad, puedo hacerlos en cuestión de días.
4) Guiándome por el análisis de Fiction puedo deducir que Rorschach tiene más experiencia luchando y ha demostrado mejores hazañas. Diría que Walter ganaría con relativa facilidad.
5) Pues en ese aspecto la única versión de Kratos que podría hacerle competencia a Joel, es su etapa más reciente.
Tanto el Kratos Nórdico como Joel están muy igualados en calidad argumental, pero Kratos me parece mejor por el simple hecho de tener un desarrollo más humano, además de tener una trayectoria mucho mayor como personaje (con un pasado mucho más trágico lleno de brutalidad y venganza).
6) Diría que Goku y Jiren por ser mayoría, Odín terminaría siendo abrumado por ambos tarde o temprano.
7) Si nos guiamos únicamente por el diseño y las habilidades, entonces serían:
-Star Platinum, Silver Chariot y The World.
-The Hand y Killer Queen.
-King Crimson y Gold Experience.
-Made In Heaven.
-Tusk, Ball Breaker y Love Train.
Igualmente Un Dios, saludos.
Esta Cancion le queda muy bien al personaje
ResponderBorrarhttps://youtu.be/MM62wjLrgmA
1:Rivales buenos para este personaje?
ResponderBorrar2:Cuales seran tus siguentes blogs
3: escuchas a Tool?
4:Hases muy buenos blogs sigue a si
1) The Black Cat no se caracteriza por ser poderoso y la única habilidad que ha demostrado es la resurrección y la nigromancia, por lo que hacer un versus con él no es factible.
Borrar2) Una recopilación y una crítica.
3) No, pero la canción que pasaste es muy entretenida de escuchar.
4) Muchas gracias.
Comparto con vosotros un audiolibro de El gato negro. Espero que ayude a aquellos que tengan dificultades para leer o por cualquier motivo no tengan acceso al libro.
ResponderBorrarhttps://audiolibrosencastellano.com/edgar-allan-poe/gato-negro
Un saludo :)
Vaya, muchas gracias por este inesperado aporte.
Borrar