lunes, 25 de noviembre de 2019

Sech

La viajera temporal.






Advertencia: Todo lo expresado en este post es ficticio y no hace alusión a ninguna etnia, entidad, lugar o persona famosa de la vida real.
Por tal motivo, debe tomarse únicamente como una historia inventada por su servidor, y no como algo que esté hecho con intenciones de hacerle daño a alguien.
Espero lo disfruten.




Breve Historia:

Bárbara Schramer era una positiva y apasionada joven nacida en la ciudad de Curtisland cuyo mayor sueño era ser una Ilusionista que sería reconocida en todo el país. Sin embargo, una serie de tragedias en combinación de sus trastornos mentales terminarían por corromper sus pensamientos, haciendo que por su retorcida visión del mundo se convirtiera en una brillante criminal que domina a la perfección tanto la ciencia como la magia.


Descripción:

Es una mujer de cabello castaño claro que puede estar corto o largo, de figura esbelta y una piel bronceada por haber estado tanto tiempo perdida en lugares desérticos. Mide aproximadamente 1.75 metros de altura y tiene ojos esmeralda. Acostumbra a vestir ropa casual como sudaderas y camisas, pero cuando viaja a algún lugar o realiza sus espectáculos, es observada utilizando atuendos del viejo oeste en combinación de sombreros, botas con espuelas, jeans, guantes de color negro o marrón, y un abrigo rojo que la cubre por completo.

Recientemente se ha visto que muestra un lado más amargado, frío y calculador de si misma, contrastando con su personalidad original, en la que tiene una actitud irreverente y conflictiva al provocar caos y destrucción a donde quiera vaya, sin mencionar su crudo sarcasmo y arrogancia.

Tiene un caso de Trastorno de la Personalidad Histriónica, por lo que llega a tener conductas exageradas y dramáticas para llamar la atención de los demás, como bailar inesperadamente o hacer movimientos inusuales (algo que suele verse de manera más frecuente en sus actos de magia). Posee Síndrome Pseudobulbar (lo cual hace que se ría sin control y de forma inquietante cuando se siente bajo mucha presión), por lo que muchos se incomodan cuando están cerca de ella, aún cuando hace lo que considera una buena acción por los demás. También posee Esquizofrenia, ya que hay ocasiones en las que no puede distinguir entre lo que es real y lo que no. Generalmente no tiene dificultades al expresar sus emociones.

Gusta de hacer chistes ofensivos cuando experimenta mucho nerviosismo o cuando quiere burlarse despectivamente de una persona.

No le gusta ver injusticia y corrupción a su alrededor.


Edad: Según sus registros tiene entre 20 y 30 años, pero su verdadera edad es desconocida.

Raza: Humana.

Ocupación: Mente criminal, Maga, Inventora, Homicida.



Habilidades:


Sech usa como medio de combate las armas de fuego como lo son las pistolas, poseyendo un revolver de doble recarga que puede usar de forma rápida y efectiva.

Al aprender varias disciplinas como la Ingeniería, logró fabricar una prótesis de hierro que reemplazaría su brazo derecho.
Le otorga una gran fuerza de golpe con la que es capaz de atravesar objetos sólidos como paredes, provocar grietas enormes en cualquier superficie, y guardar objetos como fusibles y cuchillos. También le permite proyectar rayos de energía que funcionan a base de energía solar que pueden dar origen a grandes explosiones capaces de consumir una habitación, y las más poderosas igualan en tamaño a edificios enteros.

Tiene un intelecto privilegiado al saber ejecutar sin muchos problemas algunas ramas de la ciencia y la tecnología, llegando incluso a ser considerada una genio en estos ámbitos. Por definición también sabe realizar trucos de magia e ilusiones que hasta cierto punto deforman la realidad e ignoran las leyes de la física.

Posee destreza en el manejo de armas blancas y de fuego, además de un gran talento para la planificación y la estrategia.

Por sus conocimientos en danza y gimnasia es capaz de realizar piruetas y moverse libremente en cualquier escenario de combate, pudiendo correr por varios minutos sin ser atrapada por detectives o agentes de la policía. Posee un estilo de batalla que se basa en atacar a distancia con su armamento.

Se cree que de alguna manera adquirió conocimientos ocultos, ya que hay ocasiones en las que se expresa de formas que dan indicios de haber presenciado hechos del pasado, y predecir eventos de un posible futuro.




Debilidades:

-A veces es muy confiada y prepotente.

-Sin sus armas no es una gran amenaza.

-Si no dispone de energía solar tendrá que utilizar su propia energía vital para disparar los rayos de su prótesis, y esto a la larga le provoca mucho cansancio.

-Por culpa de sus trastornos, tiene delirios en los que posee tendencias suicidas, por lo que no le importa sacrificar su propia vida con tal de salir airosa en algún plan suyo.



Diálogos.



―Bárbara...Jim....Dopher; ese es tu nombre real, ¿o me equivoco?.

―.....

―Je, tomaré eso como un tal vez.

―.....

―A ver, aquí dice que en uno de tus ataques de locura dejaste a Curtisland al borde del anarquismo, ya que después de todo asesinaste a sangre fría al presentador de un show de televisión e indirectamente provocaste la muerte de un Empresario, un Político, y luego mataste al Presidente de esa época. Todo en una sola noche, debo darte crédito por eso. Pero, ¿qué te motivó a hacerlo?, ¿una venganza personal o una ideología?, desde mi perspectiva parecen ser ambas opciones.
¿De qué te estás riendo?.

―De que hablas sobre temas que te quedan demasiado grandes, obviamente tu pequeño cerebro no puede comprender-jejeje- no puede-jeje- no-jejejeja no puede comprender la mente de alguien más cuerdo que tú, JAJAJAJAJAJA!.
Nada de eso es verdad, yo solo hice mi trabajo, alguien debía hacer algo al respecto después de todo. Hacer algo en contra de la pobreza a causa de guerras económicas ridículas hechas por gente que solo quiere poder y más poder, que son demasiado pedantes para admitir sus errores y que no son capaces de mover el trasero por el pueblo. Creo que eso es suficiente justificación. Y sin embargo, a mis víctimas las puedo contar con los dedos de una mano.

―.....Tengo que decirlo, hacer esto me incomoda.

―¿Eres optimista o pesimista?.

―Prefiero considerarme realista.

―¡Mejor aún!, entonces puedes estar tranquilo, no te mataré. Tampoco es que me quede mucho tiempo de vida, ¿sabes?.

―¿Tienes cáncer terminal o algo por el estilo?.

―Más bien es un presentimiento.

―Bueno, no divaguemos más, continuemos. ¿Por qué te llaman Sech?.

―Ah, ¿ya lo ves?, por fin haces una pregunta en la que no tengo que negar mis orígenes.
Todo comenzó por mi concepción de justicia, quería-jejeje, quería que unos degenerados pagaran por lo que le hicieron a uno de mis seres queridos en ese entonces, pero todo se salió de control. Tuve que huir de la escena y ver como los medios de comunicación desprestigiaban mi imagen llamándome “Sech”, que se supone significa Estulticia, lo cual según ellos, me quedaba bastante bien. Luego de eso las cosas se tranquilizaron....al menos, hasta que terminé descubriendo que soy adoptada. No sabía que hacer en esa situación, mis padres falsos murieron por un accidente automovilístico orquestado por personas con las que nunca debí haberme metido, y mis progenitores verdaderos me abandonaron a mi suerte cuando era un bebé, estaba completamente sola. Lo único que me consolaba era ver que gracias a mis acciones muchas personas se dieron cuenta de lo miserables que podían ser los políticos e hicieron protestas en contra de toda esa corrupción gubernamental....me vieron como un símbolo....como una especie de heroína. En cierto modo lo era, recuerdo esa vez en la que quise capturar a unos ladrones en medio de un asalto a mano armada en un banco, y a causa de una bala perdida terminé sin un brazo. O cuando maté en defensa propia a un traficante de órganos que pretendía arrancar mi corazón, y como resultado de esa pelea, ahora tengo una gigantesca herida en mi pecho. Todas las veces en las que intenté hacer algo caritativo por la humanidad, me pasaba algo peor, era como si la reciprocidad no aplicara conmigo. Me drogaba y me deprimía, y traté de hacer todo mi esfuerzo para esbozar una sonrisa y desempeñarme en lo que me dedicaba: Los estudios, el trabajo, mis funciones como una maga incomprendida, en mi vida cotidiana.....y nunca fui realmente feliz en toda mi vida. Pero para bien o para mal, algo se rompió dentro de mí, y me convirtió en este monstruo.

―Tal y como lo veo, eres una tipa muy vengativa, rencorosa, y quieres ser adorada de alguna manera, además de ser una sociópata. ¿Y qué piensas hacer ahora?.

―Redimirme; al terminar mi trabajo, escapé de las máximas autoridades del gobierno en un automóvil llamado "La Estampida", por lo que ahora solo pienso en huir de mi pasado y hacer frente a mi destino.

―Tus padres no te abandonaron, Bárbara. Se vieron obligados a combatir en la Quantum Search, y por eso te dejaron con otra familia. Actualmente no se sabe del paradero de ambos, pero es muy posible que estén con vida.

―Jeje, no entiendes nada de lo que te digo, ¿verdad?.
¿Por qué demonios me importaría algo como eso?.
Vengo de muy lejos, y siempre me haces la misma pregunta: "¿Piensas en tu infancia y en tu adolescencia?". Todo el tiempo pienso en mi infancia y en mi adolescencia.
Años de maltrato que originaron mis enfermedades, no pueden ser compensados por una noticia tan banal.

―Si no te importara, no estarías aquí.

―Quizá....pero no quiero debatirlo, estoy muy cansada de todo, soy como un león enjaulado que busca aferrarse a lo más importante para sobrevivir.

―.....¿Qué cosa?.

―......Mi alma.


―Ya te lo dije, estás muy cerca de encontrarnos, hija, no te falta mucho para ser libre.
¿Estás lista, para morir?.

―......Yeah.





Nota del autor: Sí, sí, ya sé lo que están pensando: "Vivimos en una sociedad donde las prótesis son armas mortales".
Pero dejando de lado las tonterías, quise aprovechar este momento para sincerarme con ustedes, explicar el por qué eliminé todas mis entradas referentes a esta temática y porque luego de estos meses tomé la decisión de volver con una "remake" (si se quiere catalogar de esa manera).
Y creo que lo mejor que puedo hacer, al ver lo que considero como un experimento, recibió tanta aceptación por los lectores de este Blog y por el público en general (algunos alcanzando hasta 200 visitas, wow, eso para mí es un logro), lo mejor que puedo hacer es respetarlos, y cuando una persona respeta a otra, siempre es bueno dar un mensaje como este algunas veces, más que nada para que puedan comprenderme.
Se debe a lo siguiente: Yo no quería que me pasara lo mismo que a otras personas en internet; a quienes los personajes se lo tragan y les complican demasiado la vida.
Es decir, así como hay usuarios que son tan o más talentosos que yo, que también se dedican a esto de crear historias y contenido que genera cierta cantidad de fans, hay que admitir por el lado negativo que muchos de ellos terminan perdiendo el interés por su propia obra, y por ende, acaban por abandonarla matando todo lo que habían hecho, conformándose con algo mediocre a comparación de sus primeros trabajos. Que tú los ves tratando de alcanzar popularidad a base de sus días de gloria, dando como resultado a una absoluta y solitaria indiferencia por parte de los demás, sin haber logrado nada en todo ese lapso de tiempo y con un futuro, bueno, lleno de fracasos monumentales.
A mí por lo menos no me gusta disculparme cuando me demoro en publicar un nuevo post y contar sobre mis asuntos (porque considero que es victimizarse de la peor manera posible), pero creo que para esta ocasión es necesario que comente un poco sobre eso, porque son cosas que en su momento no quería decirlas pero ahora si las quiero decir.
En mi caso, se debió a varios factores: Problemas de mi vida personal que derivaron en algo muy cercano a tener depresión, que cuando volvía a crear algo sentía que ya no era lo mismo, que estaba sintiendo que tenía muchas dificultades para hacer un contenido interesante y no tan pretencioso, que me atascaba en mis ideas, etc. 
Y gracias a Dios (desde la perspectiva de un Deísta), me di cuenta de que esto me estaba pasando, de que los personajes (mis personajes) me estaban comiendo vivo. Pero no quería permitirlo, no quería que eso pasara. Principalmente hice esto porque me divierte, porque quería que este fuera el inicio de una nueva era, lo hice porque.....de aquí a un tiempo, pasé de considerar esto como un hobby, a tomármelo mucho más en serio, porque lo veo como un proyecto para probarme a mí mismo como un Escritor Aficionado, algo personal que, desde 2017 he intentado compartir con el mundo, algo que me gusta hacer con amor y dedicación.
Porque no solo escribir, sino incluso esta labor de crear personajes para mí es algo maravilloso. No puedo ignorar el éxito relativo y la acogida que han tenido personajes fantásticos como Lina Beyond, Healer, Edgar Jim, Abbie Freemur, Melvina Clerath, Bunny Girl e incluso la misma Sech, cuya última versión era incluso mucho más irreverente y parecía sacada de una historia de JoJo´s. Es algo que a pesar de que ha cambiado con los años, me sigue encantando. Me conmueve mucho el reconocimiento y el apoyo que algunas personas me dan (aún cuando me importan más las visitas que los comentarios en sí), y, por más que sea pesado y que lo deje por una temporada.....es una actividad que extraño mucho hacer.....la extraño muchísimo. 
Este post en especial, es en memoria de un ser querido que, a pesar de lo problemático e insoportable que podía ser, nunca fue una mala persona. Y fue alguien que vivió sus últimos días de vida, siendo una persona muy feliz. 
Es por todo eso, que tomé la decisión de reinventar mi metaverso, con la esperanza de que sea mucho mejor que antes y esperando a encontrarme con buenas sorpresas en el camino.
Y hacerlo principalmente, por amor al arte de escribir.
¿Verdad, Sech?.

―Es cierto, Padre-Escritor. ¡Pero deja de lloriquear, gracias a ti sigo teniendo un brazo metálico, así que aún te odio, negro cretino infeliz imbécil!.

Ya lo dijo ella, espero que se hayan entretenido y lo hayan disfrutado, que es lo más importante.
¡Hasta la próxima amigos!.




Artista de la primera imagen: DestinyBlue.






martes, 12 de noviembre de 2019

El Gato Negro (Edgar Allan Poe)

La muerte nos persigue a todos.





No espero ni pido que nadie crea el extraño aunque simple relato que voy a escribir. Estaría completamente loco si lo esperase, pues mis sentidos rechazan su evidencia. Pero no estoy loco, y sé perfectamente que esto no es un sueño. Mañana voy a morir, y quiero de alguna forma aliviar mi alma. Mi intención inmediata consiste en poner de manifiesto simple y llanamente y sin comentarios una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de estos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no voy a explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barroques. En el futuro, quizá aparezca alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes, una inteligencia más tranquila, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que voy a describir con miedo una simple sucesión de causas y efectos naturales. Desde la infancia sobresalí por docilidad y bondad de carácter. La ternura de corazón era tan grande que llegué a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban, de forma singular, los animales, y mis padres me permitían tener una variedad muy amplia. Pasaba la mayor parte de mi tiempo con ellos y nunca me sentía tan feliz como cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter crecía conmigo y, cuando llegué a la madurez, me proporcionó uno de los mayores placeres. Quienes han sentido alguna vez afecto por un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la satisfacción que se recibe. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha probado la falsa amistad y frágil fidelidad del hombre. Me casé joven y tuve la alegría de que mi mujer compartiera mis preferencias. Cuando advirtió que me gustaban los animales domésticos, no perdía ocasión para proporcionarme los más agradables. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un mono pequeño y un gato. Este último era un hermoso animal, bastante grande, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Cuando se refería a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era bastante supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros eran brujas disfrazadas. No quiero decir que lo creyera en serio, y sólo menciono el asunto porque acabo de recordarla. Pluto- pues así se llamaba el gato- era mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer, y él en casa me seguía por todas partes. Incluso me resultaba difícil impedirle que siguiera mis pasos por la calle. Nuestra amistad duró varios años, en el transcurso de los cuales mi temperamento y mi carácter, por causa del demonio Intemperancia (y me pongo rojo al confesarlo), se habían alterado radicalmente. Día a día me fui volviendo más irritable, malhumorado e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a usar palabras duras con mi mujer, y terminé recurriendo a la violencia física. Por supuesto, mis favoritos sintieron también el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Sin embargo, hacia Pluto sentía el suficiente respeto como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro, cuando, por casualidad o por afecto, se cruzaban en mi camino. Pero mi enfermedad empeoraba- pues, ¿qué enfermedad se puede comparar con el alcohol?-, y al fin incluso Pluto, que ya empezaba a ser viejo y, por tanto, irritable, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor. Una noche en que volvía a casa completamente borracho, después de una de mis correrías por el centro de la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo agarré y, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al instante se apoderó de mí una furia de diablos y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separaba de un golpe del cuerpo; y una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras seguía sujetando al pobre animal por el pescuezo y deliberadamente le saqué un ojo. Me pongo más rojo que un tomate, siento vergüenza, tiemblo mientras escribo tan reprochable atrocidad. Cuando me volvió la razón con la mañana, cuando el sueño hubo disipado los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen del que era culpable, pero sólo era un sentimiento débil y equívoco, y no llegó a tocar mi alma. Otra vez me hundí en los excesos y pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido. El gato mientras tanto mejoraba lentamente. La cuenca del ojo perdido presentaba un horrible aspecto, pero el animal parecía que ya no sufría. Se paseaba, como de costumbre, por la casa; aunque, como se puede imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba bastante de mi antigua forma de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que una vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento pronto cedió paso a la irritación. Y entonces se presentó, para mi derrota final e irrevocable, el espíritu de la PERVERSIDAD. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu. Sin embargo, estoy tan seguro de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano... una de las facultades primarias indivisibles, uno de los sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en los momentos en que cometía una acción estúpida o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que nos enfrenta con el sentido común, a transgredir lo que constituye la Ley por el simple hecho de serlo (existir)?. Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y ese insondable anhelo que tenía el alma de vejarse a sí misma, de violentar su naturaleza, de hacer el mal por el mal mismo, me empujó a continuar y finalmente a consumar el suplicio que había infligido al inocente animal. Una mañana, a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol, lo ahorqué mientras las lágrimas me brotaban de los ojos y el más amargo remordimiento me retorcía el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivos para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que pondría en peligro mi alma hasta llevarla- si esto fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del dios más misericordioso y más terrible. La noche del día en que cometí ese acto cruel me despertaron gritos de «¡Fuego!» La ropa de mi cama era una llama, y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar del incendio mi mujer, un criado y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento no me quedó más remedio que resignarme. No caeré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y la acción criminal que cometí. Simplemente me limito a detallar una cadena de hechos, y no quiero dejar suelto ningún eslabón. Al día siguiente del incendio visité las ruinas. Todas las paredes, salvo una, se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio, de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual antes se apoyaba la cabecera de mi cama. El yeso del tabique había aguantado la acción del fuego, algo que atribuí a su reciente aplicación. Una apretada muchedumbre se había reunido alrededor de esta pared y varias personas parecían examinar parte de la misma atenta y minuciosamente. Las palabras «¡extraño!, ¡curioso!» y otras parecidas despertaron mi curiosidad. Al acercarme más vi que en la blanca superficie, grabada en bajorrelieve, aparecía la figura de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente extraordinaria. Había una cuerda alrededor del pescuezo del animal. Al descubrir esta aparición-ya que no podía considerarla otra cosa- el asombro y el terror me dominaron. Pero la reflexión vino en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín colindante con la casa. Cuando se produjo la alarma del incendio, la gente invadió inmediatamente el jardín: alguien debió cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda habían tratado así de despertarse.
Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el yeso recién encalado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que ahora veía. Aunque, con estas explicaciones, quedó satisfecha mi razón, pero no mi conciencia, sobre el asombroso hecho que acabo de describir, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe, que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué incluso a lamentar la pérdida del gato y a buscar, en los sucios antros que habitualmente frecuentaba, otro animal de la misma especie y de apariencia parecida, que pudiera ocupar su lugar.
Una noche, medio borracho, me encontraba en una taberna pestilente, y me llamó la atención algo negro posado en uno de los grandes toneles de ginebra, que constituían el principal mobiliario del lugar. Durante unos minutos había estado mirando fijamente ese tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra de encima. Me acerqué a él y lo toqué con la mano. Era un gato negro, un gato muy grande, tan grande como Pluto y exactamente igual a éste, salvo en un detalle. Pluto no tenía ni un pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una mancha blanca, tan grande como indefinida, que le cubría casi todo el pecho. Al acariciarlo, se levantó en seguida, empezó a ronronear con fuerza, se restregó contra mi mano y pareció encantado de mis cuitas. Había encontrado al animal que estaba buscando. Inmediatamente propuse comprárselo al tabernero, pero me contestó que no era suyo, y que no lo había visto nunca antes ni sabía nada del gato. Seguí acariciando al gato y, cuando iba a irme a casa, el animal se mostró dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, parándome una y otra vez para agacharme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró en seguida y pronto se convirtió en el gran favorito de mi mujer. Por mi parte, pronto sentí que nacía en mí una antipatía hacia el animal. Era exactamente lo contrario de lo que yo había esperado, pero- sin que pueda justificar cómo ni por qué- su evidente afecto por mí me disgustaba y me irritaba. Lentamente tales sentimientos de disgusto y molestia se transformaron en la amargura del odio. Procuraba no encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi acto de crueldad me frenaban de maltratarlo. Durante algunas semanas no le pegué ni fue la víctima de mi violencia; pero gradualmente, muy gradualmente, llegué a sentir una inexpresable repugnancia por él y a huir en silencio de su odiosa presencia, como si fuera un brote de peste. Lo que probablemente contribuyó a aumentar mi odio hacia el animal fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Pluto, no tenía un ojo. Sin embargo, fue precisamente esta circunstancia la que le hizo más agradable a los ojos de mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que una vez fueron mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y puros.
El cariño del gato hacia mí parecía aumentar en la misma proporción que mi aversión hacia él. Seguía mis pasos con una testarudez que me resultaría difícil hacer comprender al lector. Dondequiera que me sentara venía a agazaparse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, cubriéndome con sus repugnantes caricias. Si me ponía a pasear, se metía entre mis pies y así, casi, me hacía caer, o clavaba sus largas y afiladas garras en mi ropa y de esa forma trepaba hasta mi pecho. En esos momentos, aunque deseaba hacerlo desaparecer de un golpe, me sentía completamente paralizado por el recuerdo de mi crimen anterior, pero sobre todo- y quiero confesarlo aquí- por un terrible temor al animal. Aquel temor no era exactamente miedo a un mal físico, y, sin embargo, no sabría definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de admitir- sí, aun en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de admitir que el terror, el horror que me causaba aquel animal, era alimentado por una de las más insensatas quimeras que fuera posible concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha de pelo blanco, de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre este extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque era grande, había sido al principio muy indefinida, pero, gradualmente, de forma casi imperceptible mi razón tuvo que luchar durante largo tiempo para rechazarla como imaginaria, la mancha iba adquiriendo una rigurosa nitidez en sus contornos. Ahora ya representaba algo que me hace temblar cuando lo nombro- y por eso odiaba, temía y me habría librado del monstruo si me hubiese atrevido a hacerlo-; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra... ¡la imagen del PATÍBULO! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte! Y entonces me sentí más miserable que todas las miserias del mundo juntas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante yo había destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir esa angustia tan insoportable sobre mí, un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del descanso! De día, ese animal no me dejaba ni un instante solo; y de noche, me despertaba sobresaltado por sueños horrorosos sintiendo el ardiente aliento de aquella cosa en mi rostro y su enorme pesoencarnada pesadilla que no podía quitarme de encima- apoyado eternamente sobre mi corazón. Bajo la opresión de estos tormentos, sucumbió todo lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban de mi intimidad; los más retorcidos, los más perversos pensamientos. La tristeza habitual de mi mal humor terminó convirtiéndose en aborrecimiento de todo lo que estaba a mi alrededor y de toda la humanidad; y mi mujer, que no se quejaba de nada, llegó a ser la más habitual y paciente víctima de las repentinas y frecuentes explosiones incontroladas de furia a las que me abandonaba. Un día, por una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió escaleras abajo y casi me hizo caer de cabeza, por lo que me desesperé casi hasta volverme loco. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los temores infantiles que hasta entonces habían detenido mi mano, lancé un golpe que hubiera causado la muerte instantánea del animal si lo hubiera alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo el golpe. Su intervención me llenó de una rabia más que demoníaca; me solté de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Cayó muerta a mis pies, sin un quejido. Consumado el horrible asesinato, me dediqué urgentemente y a sangre fría a la tarea de ocultar el cuerpo. Sabía que no podía sacarlo de casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de que los vecinos me vieran. Se me ocurrieron varias ideas. Por un momento pensé descuartizar el cadáver y quemarlo a trozos. Después se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Luego consideré si no convenía arrojarlo al pozo del patio, o meterlo en una caja, como si fueran mercancías, y, con los trámites normales, y llamar a un mozo de cuerda para que lo retirase de la casa. Por fin, di con lo que me pareció el mejor recurso. Decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se cuenta que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas. El sótano se prestaba bien para este propósito. Las paredes eran de un material poco resistente, y estaban recién encaladas con una capa de yeso que la humedad del ambiente no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes había un saliente,  una falsa chimenea, que se había rellenado de forma que se pareciera al resto del sótano. Sin ningún género de dudas se podían quitar fácilmente los ladrillos de esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de forma que ninguna mirada pudiera descubrir nada sospechoso. No me equivocaba en mis cálculos. Con una palanca saqué fácilmente los ladrillos y, después de colocar con cuidado el cuerpo contra la pared interior, lo mantuve en esa posición mientras colocaba de nuevo los ladrillos en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé con precaución un yeso que no se distinguía del anterior, y revoqué cuidadosamente el enladrillado. Terminada la tarea, me sentí satisfecho de que todo hubiera quedado bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido alterada. Recogí del suelo los cascotes más pequeños. Y triunfante miré alrededor y me dije: «Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano» .
El paso siguiente consistió en buscar a la bestia que había causado tanta desgracia; pues por fin me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera aparecido ante mí, habría quedado sellado su destino, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no se me pasara mi mal humor. Es imposible describir, ni imaginar el profundo y feliz sentimiento de alivio que la ausencia del odiado animal trajo a mi pecho. No apareció aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, incluso con el peso del asesinato en mi alma. Pasaron el segundo y el tercer día y no volvía mi atormentador. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡El monstruo aterrorizado había huido de casa para siempre! ¡No volvería a verlo! Grande era mi felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba poco. Se hicieron algunas investigaciones, a las que me costó mucho contestar. Incluso registraron la casa, pero naturalmente no se descubrió nada. Consideraba que me había asegurado mi felicidad futura. Al cuarto día, después del asesinato, un grupo de policías entró en la casa intempestivamente y procedió otra vez a una rigurosa inspección. Seguro de que mi escondite era inescrutable, no sentí la menor inquietud. Los agentes me pidieron que los acompañara en su registro. No dejaron ningún rincón ni escondrijo sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez bajaron al sótano. No me temblaba ni un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente como el de quien duerme en la inocencia. Me paseaba de un lado a otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho e iba tranquilamente de acá para allá. Los policías quedaron totalmente satisfechos y se disponían a marcharse. El júbilo de mi corazón era demasiado fuerte para ser reprimido. Ardía en deseos de decirles, al menos, una palabra como prueba de triunfo y de asegurar doblemente su certidumbre sobre mi inocencia. -Caballeros- dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Por cierto, caballeros, esta casa esta muy bien construida... (En mi rabioso deseo de decir algo con naturalidad, no me daba cuenta de mis palabras.). Repito que es una casa excelentemente construida. Estas paredes... ¿ya se van ustedes, caballeros?... estas paredes son de gran solidez. Y entonces, empujado por el frenesí de mis bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared de ladrillo tras la cual estaba el cadáver de la esposa de mi alma. ¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio!.
Apenas había cesado el eco de mis golpes, y una voz me contestó desde dentro de la tumba. Un quejido, ahogado y entrecortado al principio, como el sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo grito, completamente anormal e inhumano, un aullido, un alarido quejumbroso, mezcla de horror y de triunfo, como sólo puede surgir en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios gozosos en la condenación. Hablar de lo que pensé en ese momento es una locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared de enfrente. Por un instante el grupo de hombres de la escalera se quedó paralizado por el espantoso terror. Luego, una docena de robustos brazos atacó la pared, que cayó de un golpe. El cadáver, ya corrompido y cubierto de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había llevado al asesinato y cuya voz delatora me entregaba ahora al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!.




(Uno de los relatos más espeluznantes de la historia, escrito por Edgar Allan Poe y publicado en el periódico  Saurday Evening Post de Filadelfia en el 19 de agosto de 1843).